Muñeca rusa del teatro y la pintura (La presa)

Por Damián Faccini

En el mundo de Bernardo Cappa, hay una constante puesta coreográfica de elemento humano y material.

En el mundo de Bernardo Cappa hay lugar para todo. Pintores que amagan serlo, hombres guapos que flaquean de manera constante ante el mismo sexo, embarazadas hot, motoqueros dulces como “La familia Ingalls” y abuelos degenerados al extremo. Hay también buenas y divertidas historias que se conjugan a medida que transcurre la obra y que nos cuentan los orígenes y el presente de los personajes. Existe también en el director-autor una constante puesta coreográfica de elemento humano y material. Asistimos de manera permanente a pasos, brazos y movimientos finamente estudiados que componen escenas y contra escenas de manera ritual. Descubrimos que el talento de los actores se halla explotado al máximo y que cada uno confunde (y esto se agradece) persona con personaje todo el tiempo.

Esta historia, quizás menos profunda que las anteriores pero igualmente divertida y “de autor” nos muestra a una familia comprometida en cumplirle el último sueño al integrante mayor y fundador: ser retratados como una familia polaca aunque el viento los haya traído hacia estas tierras. Este argumento servirá de puntapié inicial para conocer los entretelones de las parejas y la vida de cada personaje. Si bien es cierto que algunas actuaciones exceden el estereotipo volviéndose un tanto forzadas y que ciertos chistes nos resultan por momentos repetidos, la obra plantea una propuesta divertida y amena dentro de la cartelera off.

Con humor filoso, una puesta llamativa y una duración correcta asistimos a la puesta en escena de un grupo de personas posando para una pintura que darán el sentido real que la pintura en si misma tiene: el de las múltiples lecturas.