Nada del amor me produce envidia

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Por Fabián D´Amico

Interesante análisis sobre los fanatismos políticos y artísticos con una dramaturgia de alto vuelo creativo y admirable actuación de María Merlino.

La obra más árida y ríspida, en cuanto a sentimientos o la expresión de ellos, de la dupla Merlino Lerman es Nada del amor me produce envidia. Estrenada por Soledad Silveyra en el Maipo Kabaret hace un par de años en una versión sin canciones, la pieza está protagonizada en esta nueva temporada por su creadora, María Merlino, quien incorpora parte del repertorio musical que popularizara Libertad Lamarque y las que dan un poco de aire a una trama de encierro físico y emocional muy potente.

Un taller de costura de un barrio indeterminado, una máquina de coser en el centro de la escena y un maniquí al cual la costurera- la heroína de la obra- viste con un diseño de alta costura. Mientras cose y arma el vestido, habla de manera ininterrumpida como exorcizando demonios interiores. Con un tono monocorde y sin inflexiones, relata su cotidianidad que consiste en coser pedidos que realizan sus clientas habituales del barrio, mujeres de “medio pelo” como insinúa reiteradamente y en ocasiones vestidos de novia, con varias capas de tules para “ocultar” virtudes no intactas y los cuales luego debe remendar para subsanar roturas pasionales.

Su vida cambia cuando llega la gran oportunidad de coserle a su amada Libertad, a la estrella que ella ve en la pantalla grande y que le brinda las escasas satisfacciones de su vida. Un vestido de lujo, único, irrepetible. Pero la alegría le dura poco cuando “la señora” (Eva Duarte), eterna rival de la Lamarque, se entera de esa exclusividad y quiere eso vestido, no uno igual, sino ese vestido destinado a la novia de América. A partir de ahí, la trama gira insospechadamente y lo que eran solo decisiones de diseño o de costura, se vuelven vitales para la existencia de la costurera.

Miles de preguntas surgen en su cabeza de la mujer y por primera vez en su vida debe tomar partido por algo, tomar una decisión importante, arriesgarse, vivir intensamente ese momento. Cambios de actitud, de posturas físicas, de estados de ánimos atraviesan el cuerpo de la María Merlino, un instrumento de perfección interpretativa que en manos de Diego Lerman en la dirección alcanza un grado de entrega encomiable y que llega a un final desgarrador sumamente contenida en una puesta en escena tan minimalista como impactante.

Nada del amor me produce envidia-con impecables rubros técnicos- plagada de metáforas, iconicidades y simbolismos, que habilitan múltiples lecturas personales, sociológicas y políticas, ratifica el poderío creativo de una pareja creativa que ocupa un sitial destacado- y merecido- dentro de la dramaturgia teatral argentina.