Nativo, una fuerte coreografía

Por Rómulo Berruti

Con un punto de partida similar al del exitoso Tanguera, Diego Romay estrenó Nativo buceando esta vez en las raíces más remotas del habitante primitivo de América. Como el propósito supera en ambición temática la pintura inmigratoria y urbana de aquél otro título, el esquematismo resulta obligado. Esto empieza con el indigenismo puro de La Pachamama, la madre tierra, y culmina con una prefiguración casi fantasmal del protagonista que es fruto de batalla, conquista, masacre y cruza de etnias. Aunque lo que cuenta en forma prioritaria es la fuerza de los bailes, el vigor de las imágenes rurales, el dibujo danzado de los enfrentamientos individuales y colectivos, no se han subalternizado los contenidos. Las letras de Eladia Blazquez y la búsqueda histórica de Denise León brindan una base de apoyo al menos respetable y suficiente para eludir los facilismos de “fiesta criolla for export”. Nativo apunta más alto con cierta nobleza de intenciones. Si no lo consigue del todo es porque el material resulta tan vasto como inabarcable. Sin aferrarse al programa que ayuda con una sinopsis, es muy difícil captar qué desea expresar cada escena. Así, la balanza se vuelca en forma decidida hacia lo musical y coreográfico. Y allí no hay fallas. Desde la concepción en este último rubro de Zanabria y Montivero, brillante en los zapateados que sirven para corporizar el fragor de la pelea, hasta la comovedora voz de Suna Rocha en apertura y cierre, pasando por la intensa labor interpretativa de Adrián Vergés. Partitura –muy bien ejecutada en vivo-, luces y puesta –en prolija conjunción de Valeria Ambrosio, Gerardo Gardelín, Omar Pacheco y Gustavo Zajac- hacen de Nativo una propuesta válida. Que funcionará con un público adicto a esta variante de la música popular y tal vez con el turismo ahora masivo que puebla las calles de Buenos Aires. En El Nacional.-