Omar Pacheco y otro alarde de rara belleza

Por Rómulo Berruti

Al frente del grupo Teatro Libre, Omar Pacheco cultiva formas escénicas muy personales donde mandan la imagen y el sonido, con prescindencia del texto según su concepción tradicional.

La cuna vacía

Al frente del grupo Teatro Libre, Omar Pacheco cultiva formas escénicas muy personales donde mandan la imagen y el sonido, con prescindencia del texto según su concepción tradicional. Todo su arte está esculpido en la penumbra y tiene una sustancia onírica muy pronunciada, además de opinar a través de lo alegórico. En La cuna vacía el tema es la ausencia más lacerante, la del hijo. Y en este caso puntual, alude a las desapariciones y secuestros de gobierno militar. Como en la muy reciente Del otro lado del mar –que llegó luego del tríptico Memoria-Cinco puertas-Cautiverio- la masa negra de un escenario ausente por completo de luz es perforada de pronto por imágenes súbitas, cuadros, composiciones plásticas de nítida inspiración litúrgica. Máscaras, rostros pintados, cuerpos inmóviles, velas, un recipiente con líquido amniótico y un aporte musical que fusiona un algo de los coros gregorianos con efectos de macabra sonoridad, surgen y desaparecen en planos próximos o tan remotos que parecen ilusiorios. La oscuridad posibilita con su ausencia de fronteras visibles una tan extraña como angustiante sensación de apariciones flotando en el vacío. Aunque quedan establecidas tres zonas de incidencia que ocupan una pareja, las madres desoladas y un prestidigitador despiadado, La cuna vacía es un todo, otro auto sacramental, un nuevo altar de sacrificios donde el dolor edifica un raro y hermoso hecho artístico. Los trucos de Pacheco y su equipo son de ejecución perfecta –no falta el baúl sin fondo de donde sale gente y despojos de gente- y en este espectáculo en especial los muñecos que clonan a los intérpretes consiguen borrar los límites de lo real: parecen liliputienses, seres mirados en un telescopio al revés.

El grado de compromiso o distanciamiento que cada espectador experimente es muy difícil de establecer. Mucho más cerca del rito atávico que del teatro pensado y pensante, dialéctico y testimonial, sin lazos convencionales tendidos hacia la platea desde el discurso, el grupo Teatro Libre se dirige hacia nuestro mundo interno. Ese escenario del inconciente donde tantas pulsiones se codifican una y otra vez con claves indescifrables desde el pánico a la verdad. La cuna vacía vuelve a convocar ceremoniales muy remotos. Y aunque la atmósfera de profunda caja negra que se obtenía en la sala La otra orilla es más dificultosa en el Centro de la Cooperación (a mayor tamaño menos misterio) la convocatoria una vez más, vale la pena.