Oscar Viale, poco favorecido

Por Rómulo Berruti

Cuando en 1967 aquella gran enamorada de los desafíos que fué Julieta Ballvé presentó en el Teatro del Bajo El grito pelado, estaba abriendo las puertas a uno de los más importantes autores de la Argentina.

Cuando en 1967 aquella gran enamorada de los desafíos que fué Julieta Ballvé presentó en el Teatro del Bajo El grito pelado, estaba abriendo las puertas a uno de los más importantes autores de la Argentina. Sólo comparable, en su manejo de la dramaturgia popular, al gran Roberto Cossa y emparentado -en ese registro tan nuestro y tan difícil del humor nacido de un dolor profundo- al teatro de Armando Discépolo. Oscar Viale era un intuitivo extraordinario del hecho escénico. Lleno de vitalidad, jugado hasta el fondo en la transcripción de personajes y situaciones arquetípicas de las clases sociales menos favorecidas, dialogaba maravillosamente como un taquígrafo fiel y a la vez, fugaba del naturalismo llevando al límite situaciones aparentemente normales. Su versión de la angustia ciudadana rioplatense (masa primigenia del tango, el mejor sainete y el grotesco) corporizaba en criaturas capaces de hacer reír con acciones cotidianas pero fijadas en extrañas e inquietantes conductas repetitivas. El de Viale es un teatro de locos empecinados. Gente que imagina con terror lo que hay detrás de la pared, pero que se destroza las manos intentando derribar esa pared. Cuando su producción fué haciéndose más honda y trascendente, esta mecánica obsesiva adquirió el rango de toda una estética. Un proceso que nació -todavía tímidamente- en Chúmbale, que se afirmó en Encantada de conocerlo (admitiendo en esta pieza una cierta digresión en su estilo), brilló con la eficacia tan certera de Convivencia y alcanzó un punto muy alto en Periferia, a mi juicio la mejor de su obras. El espanto latente en Camino negro lo mostró,después, rastreando con su olfato infalible el sendero del impacto popular. Poco antes de su adiós me entregó los libros de Tratala con cariño y Catacumbias, ésta última una profética aproximación a su tragedia personal. Tratala con cariño es otra vez el retablo que acabamos de reseñar, pero girando en torno a perversos equívocos y ocultamientos hipócritas. Tres hombres y dos mujeres se vinculan desde el absurdo y la angustia. Ninguno es lo que aparenta. Un hombre jóven y normal de vida transparente, un boxeador estropeado y casi infrahumano pero vividor astuto, una mujer abandonada, una border que llega portando un muy inoportuno embarazo y un gay que tampoco pierde el sueño por el trabajo.A medida que Viale arma su tinglado, las máscaras van cayendo hasta un impecable final de grotesco. La pieza perdió su impacto porque se nutre y revela circunstancias que hoy son de consumo diario. Pero mantiene la solidez de la construcción y el dibujo formal de los personajes, en el caso del boxeador con indeleble eficacia.Pero Viale sigue exigiendo una puesta que pinte grueso la superficie y muy fino el fondo.Esto último está del todo ausente en el trabajo de Osvaldo Peluffo, quien se queda en un pastiche de brocha gorda poco perspicaz que subalterniza el texto. Nadie gana con esta versión, ni el autor ni los intérpretes. Se salva por mérito propio la caricatura de Mario Alarcón en el pugilista donde se atisban trazos de Viale. Algunos momentos de Aldo Pastur lo muestran cuidadoso para aferrarse a la actuación menos riesgosa, pero en un contorno borroso. Divierte de a ratos la nena que asume Elvira Gómez y está muy fuera de registro Rita Terranova. Zafa Adrián Caram en un papel menor. Pobre y sin personalidad es la escenografía de Eduardo Muro. En La Comedia.-