Oscar Viale, un grande que sigue vivo

Por Rómulo Berruti

Chúmbale en el Cervantes.

El teatro de Oscar Viale -un artista popular completo que también era excelente actor- dejó una marca poderosa en la escena nacional. Desde El grito pelado y La pucha hasta la mucho más compleja Periferia y poco después Tratala con cariño, mostró una gran originalidad para seguir las huellas del grotesco rioplatense y a la vez encontrarle una vuelta de tuerca que volviera al género más contemporáneo. Chúmbale es por encima de todo un ejemplo de instinto teatral y gran pericia en el manejo del oficio. Enzo, un vendedor ambulante de café que casi recién casado, debe vivir en la casa de sus suegros. Le han dado un dormitorio que antes era de su cuñado y nadie jamás golpea la puerta antes de entrar. Este minúsculo gesto de buena educación adquiere para él el rango de un derecho humano esencial. Es el pedacito de soga al que se aferra para no hundirse en la humillación. Mecha, su mujer, intenta poner en equilibrio la balanza de sus afectos pero es difícil. El dueño de casa detesta a su yerno, le recuerda siempre que habita entre paredes ajenas. Su esposa lo ningunea y Quique se burla de él. Sólo Aída, su cuñada, entiende y hace suya la semilla de rebeldía en bruto que late en ese hombre tan simple. El gatillo de la acción es una inquietante suposición familiar: que además de vivir de arriba, ahora piensa pintar la pieza. Y peor, tal vez toda la casa. Perfecta en su patética comicidad, con personajes hoy teatralmente envejecidos pero tan reales como en el 71, Chúmbale repercute en la platea y se gana los fuertes aplausos finales.
Como 37 años son muchos y en términos de dramaturgia son tres siglos, la puesta debía optar entre preservar o adaptar. Santiago Doria eligió con buen criterio lo primero respetando el texto de Viale aunque notoriamente alivianado y dejando así que su fluido vital circule de nuevo. Se debe haber llevado una sorpresa cuando comprobó que el público recibe la obra con entrega, risa y emoción. Como siempre en nuestro medio, los actores se erigen en grandes orfebres de sus papeles. Alejo García Pintos entendió la hidalguía utópica de Enzo, le pone mucha fuerza en el comienzo y angustia creíble en la depresión del final. Si se recuerda que este fue un trampolín definitivo para ese gran actor que es Luis Brandoni se comprenderá mejor el logro. Eleonora Wexler, siempre muy buena actriz, es la crucificada Mecha cuyos sentimientos están tironeados desde todas las direcciones. En el papel del dueño de casa, cortado a su medida (uno de esos pater familia del espectáculo argentino que Adolfo Linvel inmortalizó en Los Campanelli), Roly Serrano hace una verdadera creación. En el registro bien opuesto, dolida y sutil en su frustración, Silvina Bosco confirma su delicada afinación interpretativa. Eficaz sin claudicaciones Graciela Pal en la madre y con desniveles -necesita quitarse sainete de encima- Marcelo Mininno en Quique. Con buen sentido escenográfico René Diviú eliminó la pared que separa los dos mundos en conflicto, gana la visual y se valoriza aún más la puerta, verdadero ícono de esta pieza de Oscar Viale que es un gusto volver a disfrutar.