Otro alarde de Bartís

Por Rómulo Berruti

En su refugio de la calle Thames, Ricardo Bartís huye de la exposición mediática y trabaja sin pausa su tan particular dramaturgia.

En su refugio de la calle Thames, Ricardo Bartís huye de la exposición mediática y trabaja sin pausa su tan particular dramaturgia. El Sportivo Teatral, instalado con solidez en un prestigio que casi nadie discute, acaba de abrir otra vez sus puertas. De mal en peor es primero el hallazgo de una historia servida en bandeja para el teatro. Mary Helen Hutton fué una de las 65 maestras norteamericanas que respondieron al pedido de Sarmiento para venir a cumplir una heroica tarea de alfabetización. Tan heroica que llegada en 1858, dos años después es raptada por un malón araucano y mantenida en cautiverio 30 años. Liberada en la segunda campaña del desierto, convertida en un extraño ser sin brújula de identidad y con las facultades alteradas, es dada en custodia a la famila Méndez Uriburu, no sin recibir antes los títulos de indemnización del estado nacional: nada menos que 50.000 pesos anuales, una pequeña fortuna en 1904. El tobogán financiero de los Méndez Uriburu provocado por la formación de una empresa agropecuaria con los Rocataglione que termina en otro cautiverio, el de ambas familias –ya unidas con oportunos lazos conyugales- a manos de su acreedor total, un tal doctor Ramos. La única salvación son los títulos que Mary ha escondido en algún sitio de la casona en decadencia. Bartís con una estética muy atrapante que crispa el naturalismo de Florencio Sánchez -a cuya literatura dramática se dedica el espectáculo- imagina la desesperación de esa gente por encontrar los papeles. Elude la sala grande y resucita en un ámbito reducido del Sportivo una de esas residencias sombrías de principios de siglo. La familia desquiciada por el horror a la miseria inminente y por sus propias desviaciones morales, habita una escenografía estupenda que se convierte en un personaje más. Pequeño living descascarado con varias puertas a rincones que apenas se muestran y un constante truco de vodevil para que esta gente pueda salir y entrar fugazmente, casi siempre con el fin de exasperar su codicia y su sexualidad reprimida. Los climas lumínicos, verdaderos golpes maestros, generan la atmósfera ideal y la dramaturgia busca siempre el humor burlesco, chirriante, a veces lanzado de lleno a la caricatura. Los fastos del centenario brindan de paso la excusa para hacer del patrioterismo hipócrita un recurso de gran eficacia. Los tipos que desfilan son diversos, pero todos confluyen en el acoso feroz a Mary Hutton, el cordero sacrificial de esta fábula de teatralidad sorprendente. Como siempre en Bartís, los trabajos exhiben la obsesiva elaboración individual y una brillante mecánica de conjunto. En un equipo inteligente y sólido, imposible no destacar el diseño de la excelente (cuando no) Claudia Cantero y el muy eficaz Carlos Defeo. Están más arriba, pero nadie desaprovecha ni un segundo de su chances: Marta Pomponio, Agustín Rittano, Flora Gró (intencionada y sutil en Isabel), Luciana Ladisa, Andrea Nussembaum ( buceadora inspirada en un papel difícil por su nítida ambigüedad), Alberto Ajaka, Federico Martínez y Matías Bringeri. De mal en peor, que comienza con la visita al museo indígena que debió armar la Hutton para cobrar los títulos tan jugosos, es una deliciosa experiencia escénica. Y nada tímida: rescata unos hechos reales formidables, ironiza sobre nuestra tan sobada historia oficial y ratifica que de la galera de Bartís puede salir cualquier cosa...menos la que se contamina con el lugar común.-