Play, una búsqueda lograda. Festival Beckett Buenos Aires

Por Rómulo Berruti

Comentario de Rómulo Berruti de dos de las propuestas del Festival Beckett Buenos Aires.

Como parte del Festival Beckett Buenos Aires que alberga la sala del mismo nombre (Guardia Vieja 3556), vimos el programa Un momento por favor y Play. Lo primero es un juego de danza y movimiento escénico que transfiere a lo corporal todo lo que se necesita expresar. Ana Deutsch es la oficiante y sus acciones (ocultarse, aparecer, deslizarse, servir una taza de té) codifican estados de ánimo y llevan a los dibujos convencionales del baile clásico –aplacándolas- algunas turbulencias interiores. Breve y bien ejecutado, Un momento por favor acredita oficio por parte de la artista y su directora Carina Livingston, pero su vinculación con el mundo beckettiano resulta bastante forzada.

Play es de movida Beckett puro. La cabeza de tres personajes –como en Días felices, formidable solo para actriz cuya última versión aquí fue de Marilú Marini con puesta del francés Nauzyciel- practicarán el angustioso intento de comunicarse con palabras. Aunque la referencia a la pieza mencionada es inevitable, aquí la concepción de Miguel Guerberof buscó con astucia en el arcón de los magos y encontró un espejo que colocado frontalmente hacia la platea reflejará dos falsas patas de la mesa simulando el vacío. Quedan entonces, como en la célebre flor azteca de los parques de diversiones, solo esos rostros gesticulantes y parlanchines. El texto es otra vuelta de tuerca sobre las tan conocidas obsesiones del autor irlandés: hablo, me escucho (¿me escucho?...), te oigo pero no te escucho, me fugo hablando pero me encarcelo hablando, aquí estaremos, parece, para siempre juntos y absolutamente solos.

El resultado depende de lo que puedan rendir los intérpretes en esa especie de muy tensa pose para foto carnet. Y lo hacen bien. Carla Peterson capitaliza netamente el primer tramo de la obra breve por la intención sutil que sabe imprimir a su parte. Y Esmeralda Mitre el segundo porque a su vez encuentra una máscara ridícula de payaso de resorte que conviene a su letra. En el centro, Damián Casermeiro trasmite esa patética desolación que sin palabras, emite el personaje masculino de Días felices.

Beckett bien entendido e interpretado.-