Si te gusta el cine… anda al teatro

Por Damián Faccini

Rodando, muestra dos géneros juntos y ambos, comulgan en un híbrido imperdible.

¿Existe algo que pueda competir con UN EXCELENTE TEXTO, UNA EXCELENTE PUESTA y UN EXCELENTE ACTOR? ¿Queda lugar para grandes pantallas y aparatos eléctricos, chiches de la posmodernidad multimedia y simbolismos sin fondo cuando EL TEATRO se manifiesta por completo?

Desde una silla de ruedas, un hombre narra las desventuras de un aspirante a director de cine independiente en su desesperado y catártico intento por filmar algo parecido a una película. Pero no lo hace desde un unipersonal chato y convencional sino que utiliza la misma jerga y protocolo de los amantes del séptimo arte. Todo desde el sutil manejo de su voz, que hábilmente matiza y acompaña con una expresión corporal (que más de un actor debiera observar, ya que este lo hace con la mitad de su cuerpo inmóvil) desde una silla de ruedas. Valiéndose de unas pequeñas pero eficaces intervenciones musicales para entrar en un clima que indefectiblemente se encuentra creado desde la primer sonrisa del actor, hasta cada paso de la rueda por la escena.

“Primer plano de los ojos de la mina / primer plano de los ojos del carancho / mina / carancho… ¡QUEDÉMONOS CON ESTO! exige el actor al público, al igual que un guionista/director apasionado en un soliloquio constante. A través del formato de guión técnico el texto nos invita a develar los contenidos que la estructura rígida no permite, algo que también hace irónica e inteligentemente el protagonista con sus gestos y palabras. Cuarenta y cinco minutos y no más, alcanzan de manera perfecta para que un solo actor nos introduzca en un conflicto teatral a través de otro lenguaje, el cinematográfico. Y llene, como si se tratara de un ejército imperialista completo, el espacio desangelizado y vacio con su histrionismo y talento.

La cámara son los ojos y el rostro expresivo del protagonista, por medio del cual asistimos a la película como si la proyección estuviera frente a nosotros. Los personajes cobran vida desde el texto justo y preciso que delinea cada perfil. Las historias que el juglar va narrando, en principio desarticuladas, se unen en una misma historia para arribar a un interesante final.

Poco importa la historia, poco los chistes encastrados prolijamente y a tiempo en el texto. Hay algo maravilloso y es que sin saberlo ni quererlo, hemos asistido al teatro, al cine, a los dos géneros juntos y ambos en lugar de competir, comulgan en un híbrido imperdible.