Tarea ciclópea de un gran actor

Por Rómulo Berruti

A Oscar Martínez le gusta mucho su profesión y vive demostrándolo. Pero también ama la literatura y cuando puede lo demuestra, como en ocasión de un programa radial donde se daba el gran placer de la lectura.

A Oscar Martínez le gusta mucho su profesión y vive demostrándolo. Pero también ama la literatura y cuando puede lo demuestra, como en ocasión de un programa radial donde se daba el gran placer de la lectura. De allí a escribir hay un paso y acaba de darlo. Ella en mi cabeza es a la vez un ejercicio escénico, una búsqueda literaria y una coartada. Lo primero porque se trata de una obra teatral. Lo segundo porque los contenidos aspiran a más que divertir y se nutren en desafíos mentales. Lo tercero, porque la circunstancia, debidamente anunciada, según la cual las situaciones de pareja sólo viven en la cabeza del protagonista le permite a Martínez transitar un sendero muy conocido –las desaveniencias conyugales- y otorgarles otra significación y nivel. Algo así como si las obviedades de la comedia convencional gozaran de la chapa del psicoanálisis. Todo junto, porque ya dijimos que entre los personajes –tres, pareja y psicoanalista- se dibuja un sinuoso ajedrez. El resultado es un espectáculo atractivo donde lo sabroso está en las desventuras del marido que corporiza ante su terapeuta una serie de tormentos en los que se solaza su mujer. Como suele suceder, algo de eso hay, pero no tanto. La señora victimiza como toda esposa, aunque tal vez el monstruo sea producto de una obsesión ajena. Son buenos los diálogos y algunos hallazgos a lo Groucho Marx fueron y seguirán siendo muy festejados. Lo que no funciona de manera deseada es la estructura dramática en sí misma, que tiene desniveles, precisamente cuando las situaciones empiezan a mostrar su desgaste después de tantísimo uso teatral. Y es aquí donde, como cuando se encajan los vehículos en el barro, aparece alguien que tira como un buey, saca y pone nuevamente en marcha: se llama Julio Chávez. En un grande y esforzado trabajo, este excelente actor se pone la obra la hombro y cautiva a la platea de una manera total. Casi todo es de él, tiene un protagónico absoluto y sus compañeros Juan Leyrado y Soledad Villamil, ,muy sólidos y profesionales, pasan a un aceptado segundo plano.Como director, Oscar Martínez hizo las cosas bien: sabe de sobra de qué se trata todo esto y además, como autor, la tiene reclara. Ella en mi cabeza gustó muchísimo en la función que vimos, no cuesta mucho predecir otro éxito en La Plaza.-