Titulares (la voz del pueblo): la historia de un rey bandido.

Por Rómulo Berruti

Titulares… es un espectáculo atractivo, bastante vetusto en su concepción general.

Condensar en teatro la historia del célebre vespertino Crítica y su mitológico creador Natalio Botana es una tarea ciclópea y en términos exigentes, imposible. Porque esa historia es en buena medida la historia de la Argentina moderna. El cine nacional sigue esperando el film que sea capaz de contarla con los recursos visuales que requiere. De todos modos, Bernardo Carey como autor y José María Paolantonio dirigiendo afrontaron el desafío en el Alvear. La metieron en dos horas y los resultados son aceptables en términos generales, especialmente porque la inmensa mayoría del público ignora casi todo acerca del diario -cuya leyenda muy desvaída terminó de hundir Jorge Lanata- y de hecho nada de Botana. Lo cierto es que a fines de los veinte y durante los treinta este uruguayo de poderosa personalidad, inteligencia brillante, enorme astucia y casi total carencia de escrúpulos hizo y deshizo en el país, muy especialmente en Buenos Aires, con su diario escandaloso. Puso y tiró gobernantes, chantajeó a políticos y empresarios, pero por sobre todo condensó en sí mismo y su instrumento de prensa ese instinto de supervivencia sublimado en un país de inmigrantes que conocemos como viveza y prepo, criollos ambos. Llegó a tirar y vender 800.000 ejemplares, una proeza por entonces. Y cuando accidentado en el norte argentino con uno de sus Rolls Royce se negó a ser atendido en el hospital local exigiendo que viajara su médico desde la capital, una costilla que atravesó el pulmón terminó con su arrogancia, su orgullo y su vida. Enseguida también con su diario.

El espectáculo sintetiza bien esta epopeya de poder que supo concretar un “rey bandido” como lo bautizó García Lorca. Lo hace en pantallazos (no hay otra manera) donde se insertan algunos números musicales apenas diseñados con escasa prolijidad por Pilar Rodríguez Rey que además caen de golpe sin generar ni antes ni después un clima propicio. La tesitura dramática se aprieta obligadamente en esos cuadros sueltos y están iluminados con cierto deleite por la penumbra, opción discutible en una sala grande de amplio escenario. En el dibujo de los personajes esenciales conviene adelantar que Carey ha seguido con obediencia fiel el libro de uno de los hijos del magnate, Helvio Botana, Memorias-Los dientes del perro, de donde tomó a veces frases textuales, especialmente las puestas en boca de Salvadora Onrubia, la mujer de Botana. Pero a la vez se toma algunas libertades que distorsionan groseramente la imagen del director de Crítica, como el hecho de mostrarlo casi todo el tiempo con una pistola 45 en su sobaquera, pintando un gangster menor. Botana jamás descendió a ese nivel, fue un truhán de altísimo vuelo que se codeaba con la gente más importante del país y del mundo, un hombre de sólida cultura que conocía a los clásicos y se apasionaba con todo lo que apuntaba hacia lo alto. Ponerlo sobre el escenario con el mismo diseño que el capo de los recorridos de distribución, “Diente” Dughera, que sí llevaba siempre un revolver 38 porque habitaba las zonas más lóbregas y peligrosas de la ciudad, es fabricar un Botana propio y tal vez pasado por el tamiz de la ideología. El mismo criterio absuelve en cierta manera a la tormentosa Salvadora, a quien su hijo Helvio pinta como una verdadera máquina de odiar, la que castigó a su querido Pitón con la revelación de que no era hijo de Botana provocando su casi inmediato suicidio y que aquí vemos de a ratos como un libertaria anarquista en vías de merecida rendención. Si omitimos este hilado fino, tanto el personaje, su amada y temida Crítica, como también su mundo tan especial están bien reflejados. La fiesta fastuosa en la quinta Los Granados es un cuadro atractivo con un Siqueiros disfrazado que pide la cabeza de Trozky, además de los inevitables -tentación irresistible corporizarlos- Neruda, Lorca, Arlt, Borges, Nora Langue y Guibourg donde se ha intentado sin lograrlo que el autor de El Aleph reproduzca su ingenio y lo que es más arriesgado, su modo de hablar. También vemos y no podía faltar, a otra mujer extraordinaria de la órbita de Botana, la revolucionaria Blanca Luz Brum, un tsunami de su tiempo, mujer de Siqueiros, amante del anfitrión y de muchos más, se dice que inclusive luego de Perón. No falta el presidente Agustín P. Justo, pieza fundamental en el engranaje de poder de Natalio que brinda además la mejor interpretación de la obra en la sobriedad y la intención solapada de Manuel Vicente. Un excelente actor, Alejandro Awada, asume con intensidad el protagónico y sabe llenar el escenario con su oficio y carisma pero sobran y molestan sus tonos tan altos que llegan con frecuencia al grito, como asimismo cierta exasperación nerviosa casi permanente que no era una actitud del evocado, a quien su hijo y muchos otros recuerdan como un empresario lleno de autoridad pero siempre mostrando y contagiando serenidad. Ana Yovino es también una buena actriz y lo muestra en algunas instancias de Salvadora, pero en general su línea más cómoda y su figura la alejan un poco de la dama de fuego. De todos modos -cuando hace lo que le sale mejor- se luce en el final: la obra cierra con el viaje que ella y su marido emprenden con el propósito fallido de borrar el horror de la muerte de Pitón. En este papel es destacable lo que hace Emiliano Dionisi. Y como siempre, Cutuli aprovecha con ganas y resultados su papel, aquí el “Diente” Dughera.

Titulares… es un espectáculo atractivo, bastante vetusto en su concepción general pero que difunde por fin las turbulencias de un hombre y un diario que tallaron en la dura piedra de la Argentina uno de su perfiles identificatorios.