Todo vuelve a empezar

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Por Fabián D´Amico

Calígula, el musical propone en clave de comedia musical una lectura actual y descarnada sobre el poder. Preciso elenco y excelentes rubros técnicos para una loable producción del teatro musical nacional.

John Dryden, poeta, dramaturgo y crítico inglés del siglo XVII, sostenía que La obra de teatro debe ser una imagen justa y vivaz de la naturaleza humana. Nunca mejor frase para argumentar el discurso que Pepe Cibrian Campoy ofrece desde su Calígula, el musical. Alegato que tiene exactamente 30 años pero que conserva una fuerza y contemporaneidad apabullante.

Muchos son los cuestionamientos que el autor se plantea en su obra: ¿Hasta dónde es capaz de llegar una persona que ostenta el poder absoluto? ¿Tiene límite ese poder? ¿La muerte es el final de ese yugo o el nuevo principio de uno peor? Disyuntivas relacionadas con la época en que nació el musical y que metafóricamente referían a los últimos años de la dictadura militar vivida en nuestro país desde 1976.

La figura elegida para analogía fue la de Calígula, emperador romano que amando en sus comienzos por el pueblo, se torna vanidoso, déspota y presumido en el ejercicio de su poder, creyéndose un dios a quien todos debían adorar y nunca cuestionar. Pero no fue Cibrían el primero en utilizar esta figura para plasmar una visión caótica de la sociedad, sino que Albert Camus publicó en 1944 la versión definitiva de su pieza teatral donde se aprecia su sentir por los desvanes de la II Guerra Mundial.

Si bien ambos autores utilizaron disparadores contundentes para contar una historia plagada de poder y sangre, Camus eligió la muerte de Drusila, hermana y amante del emperador, como disparador de la locura de éste. Desde ese hecho, el príncipe amando por todos se transforma en un ser oscuro, negando toda verdad que no sea la suya, destruyendo a todos a su paso sin darse cuenta que, en definitiva, se destruía así mismo.

Cibrían ubicó su versión, sostenida libremente en Los doce cesares de Seutonio, en el nacimiento tanto a la vida como al poder de Cayo Julio Cesar, más conocido como Calígula. Sus amores prohibidos con Drusila y Nester, su joven amante, el deseo de ser querido por todos, la pérdida de la noción entre la realidad y la fantasía, sostenida por un entorno adulador y corrupto, y los crímenes de quienes osaran desconocer su divinidad fueron las variables con las que el autor jugo para relatar en 1983 un periodo de sometimiento y oscuridad en Argentina.

Estrenada en los desaparecidos Teatro de San Telmo con el protagónico de Cesar Pierry y respuesta en el 2001 con una mirada muy distinta al inicial, Calígula, el musical regresa con potencia y solidez y sin que las décadas pasadas hagan mella en su construcción dramática. El autor elige una manera de contar la historia más cercana al original, con escenas bien diferenciadas entre texto y música, elementos más cercanos a una comedia musical-como fue concebida en un principio- que al formato de “musical” completamente cantado presentado en el 2001.

Textos tan intensos como movilizadores conmueven a la platea. Oír al elenco en pleno cantar Pobre pueblo! Que ingenuo. Todo vuelve a empezar. No se enteran, o no entienden que comienza otro final. Es lo mismo de lo mismo y lo mismo es siempre igual. Sin embargo se ilusionan sin saber lo que vendrá. O presenciar el dialogo entre el emperador y un esclavo, cuando este último le dice: soy libre en lo que pienso, y no hay límites en eso, Y esto mi divino César, es mi propiedad, son solo dos pasajes que anclan la propuesta en una irrefutable cotidianeidad.

El musical, protagonizado por Damian Iglesias y un grupo de jóvenes talentos que apuestan a una gran producción en la modalidad de cooperativa, tiene sus puntos fuertes en los rubros técnicos. El amplio escenario es aprovechado a la perfección por René Divíu tanto en sus posibilidades técnicas como espaciales. Escasos elementos escenográficos y un vestuario plagado de texturas y diseños heterogéneos, que amalgaman la época con la modernidad, generan un ámbito preciso y estéticamente logrado. Recursos potenciados por la maestría de Cibrian en el diseño de iluminación y un excelente sonido de sala.

Un espectáculo que reafirma que desde la Roma Imperial a la Argentina de hoy han pasado varios siglos en donde los esquemas de poder vuelven a repetirse y que el teatro es el sitio por excelencia para reflejar esa realidad.

Fotos: gentileza Nacho Lunadei