Un cromo de la marginalidad

Por Rómulo Berruti

El teatro naturalista –también se llamó realista alguna vez- de la Argentina siempre tuvo un nicho a su medida.

El teatro naturalista –también se llamó realista alguna vez- de la Argentina siempre tuvo un nicho a su medida. En una época fue vinculado sólo a la mala vida –Los invertidos, de González Castillo o El vendedor de mujeres, de Florencio Chiarello adhirieron al género- y conoció también temáticas más aceptadas por el público menos permisivo. En cualquier caso, supo golpear fuerte con brochazos tomados de circunstancias reales sin el maquillaje del buen gusto. La vida va, obra del actor Pachi Armas, recupera esta línea. Sus protagonistas son tres hombres que promedian los cincuenta, todos golpeados por la vida. Un travesti, un solitario depresivo y un mozo de café que será un poco el salvavidas de los otros dos porque tiene mejor anclaje en la doble faz de lo cotidiano: la tragedia y la comedia. Viven juntos de manera precaria y a la vez que admiten su marginalidad, hablan de lo que nunca hablaron: la primera experiencia homosexual, el dolor de la viudez jamás asumida, la vocación del fracaso. Sin medias tintas y con excesos tan notorios como deliberados, el texto no perdona. La puesta de Carlos Galettini -un cineasta de gran percepción para lo popular- busca con relativa fortuna dibujar un estilo. Lo que sí hace bien es respetar los colores de este grotesco amargo y aprovechar lo que cada intérprete puede dar. Andrés Turnes es el que mejor transita la interioridad y tiene momentos muy buenos en ese profesional de la tristeza que busca la salvación por el amor. Pachi Armas en el travesti no puede eludir la caricatura menos piadosa y en compensación la acentúa, asumiendo el subibaja: de lo cómico a lo desagradable. Norberto Vieyra se beneficia con un personaje de relativo equilibrio y lo transita con mucha verdad. La vida va no pide ni da tregua y puede gustar a un público sin remilgos.-Se ofrece en el Actors Studio.-