Un grito sobre una pieza menor

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Por Fabián D´Amico

Propuesta teatral que implica una “anatomía teatral filosófica”, entretenida y amena, sobre lo que implica ser actor.

Hay teatro de entretenimiento y teatro de ideas. Lo hay político o simplemente humorístico. Comercial y alternativo, del circuito oficial y privado. Así se puede continuar enumerando los distintos tipos de subgéneros teatrales aunque todos compartan una cierta filosofía en cuanto al relato de un discurso específico. Una filosofía que en ciertos textos está más marcada o presente como lo es el caso de Un grito sobre una pieza menor.

En esta pieza la ontología, como parte de la filosofía que estudia la naturaleza del ser y de su significado, es la columna vertebral narrativa. La perfección de ser y su eterna lucha entre el cuerpo y alma del hombre escindido toma nueva forma en la pieza de Yoska Lázaro, al enfocar el tema en la figura del actor, su relación mimética con el personaje y hasta que punto uno se convierte en el otro.

Un discurso único que toma tres voces diferentes (Marcelo Saltal, Federico Minervini y Pablo Barletta) sobre el significado del teatro, el público, los clásicos, el éxito. Una crítica feroz hacia las técnicas actorales, a los textos que deben representarse para ser considerados grandes actores y no dejarse tentar por los éxitos efímeros.

Una diatriba que sucede minutos antes de salir a escena y que pone al actor frente a la disyuntiva de dejar de ser uno para convertirse en otro, con palabras que no le son propias y que alfombran el piso del escenario-cubierto de páginas escritas diseminadas en forma desprolija – y al borde de una tarima como si el hecho de salir a escena significara una decisión entre la vida y la muerte, entre la seguridad del suelo y la adrenalina de “caer en lo desconocido”. Una apuesta personal y en soledad, mientras las demás voces-actores- esperan su turno sentados en butacas ubicadas en el fondo del escenario, como espejo de la observación de la verdadera platea.

La puesta en escena realizada por el autor de la pieza muestra despojo no solo espacial –tres tarimas de distinto tamaño y las butacas del fondo- sino personal. Los actores están maquillados de manera que su rostro pareciera desaparecer, oculto detrás de una capa blanca que oculta rasgos y potencia una perdida de identidad. La iluminación de Paula Fraga potencia esa difusión de espacio, tiempo, persona y con básicos elementos técnicos logra crear climas que van desde lo onírico a lo fantasmal.

Los tres actores cumplen con una tarea precisa y se siente en cada gesto, movimiento y silencio la presencia de una minuciosa labor de dirección, a quienes Saltal, Minervini y Barletta le prestan no solo su cuerpo y voz sino también su alma y profesionalismo.

Si el teatro implica sentarse a “espiar” acciones dramáticas realizadas por los actores y pergeñadas por el autor y director, en Un grito sobre una pieza menor uno puede ver más allá de lo superfluo o epidérmico y presenciar una disección del cerebro y alma del actor frente al hecho creativo, donde quedan expuestos todos sus miedos, inseguridades y falencias. Una clase de “anatomía teatral filosófica” pero no por ello tediosa, sino entretenida y amena.