Un notable ejercicio dramático

Por Rómulo Berruti

La muerte de Dantón. Su célebre Woyzeck y la también muy representada Leonce y Lena le bastaron al alemán George Büchner (1813-1837)para convertirse en un clásico.

Su célebre Woyzeck y la también muy representada Leonce y Lena le bastaron al alemán George Büchner (1813-1837) para convertirse en un clásico. Transgresor literario mucho antes de la moda de las transgresiones, en La muerte de Dantón vuelve su mirada hacia la revolución francesa –para él un evento contemporáneo- con el fin de escarbar en la condición humana. La lucha feroz en el seno mismo de los triunfadores hará funcionar sin pausa la guillotina sobre el cuello de los revolucionarios. Mientras Europa asiste espantada al colapso sangriento de la monarquía, dos figuras decisivas del alzamiento popular se disputan el flamante poder. Dantón y Robespierre conciben un futuro similar pero con distinta concepción de los tiempos. El primero propone aprovechar el estallido y su primer afianzamiento para cambiar las estructuras sobre un sistema de alianzas: es decir, quiere abrir paso a las soluciones políticas. Al frente del Comité de Salvación Pública –uno de los que funcionaban hacia 1792- se enfrenta con el segundo, cuyo objetivo es profundizar la revolución prolongando el terror. Cae la cabeza de Dantón al año siguiente. Pero la hoja voraz espera también a su verdugo, Robespierre. Büchner se apoya en un texto a la vez profundo y de gran intensidad, declamatorio y con aliento trágico, circunscripto a los hechos puntuales pero asimismo atento a vaticinios incómodos para su tiempo. Es una obra que pide el clamor de las masas y propicia el lenguaje de las intrigas de palacio. Roberto Villanueva, sobre traducción de Gianera y Somoilovich, elaboró una versión lo más cauta posible para el espectador de hoy. En un escenario despojado y a luz cruda, carga todo el peso del espectáculo en las interpretaciones. Algunas sillas útiles (sólo hasta cierto punto) como elementos escénicos y una gran guillotina pendiendo en primer plano, pocas máscaras y escasos golpes de sonido. El resto debe ponerlo el elenco, con el cual Villanueva ha trabajado con la solvencia de costumbre. Notable director de actores, obtiene mucho de una materia prima despareja. Brilla Verónica Piaggio (La madonnita) en Julie, a la cual sirve con todo su temperamento y formación. Lo mismo Walter Quiroz en Dantón, un personaje muy exigente, un protagónico nada cómodo: lo encara con energía, no le teme a la explosión temperamental y consigue hacer equilibrio en el borde del abismo. Tomando menos riesgos, cumple bien Javier van de Couter en Robespierre. Tiene momentos muy buenos Mariana Richaudeau como Lucile, sobre todo en el final que en buena medida le pertenece. Iván González con su decir tan español suena un poco falso pero denota fibra. Los demás en general padecieron el registro lindante con la tragedia, ese grito delator y chirriante cuando no se logra hacerlo nacer de muy adentro. La muerte de Dantón es un notable ejercicio de dramaturgia. Sin embargo, se hubiera beneficiado con un plantel de mayor solvencia y tal vez el aporte cómplice del algún diseño de luces. En el Centro Cultural de la Cooperación.-