Una acertada lectura de El hijo

Por Silvia Sánchez

El hijo recrea de manera más que acertada el universo oscuro y austero de Fosse.

Un hombre sentado en una mesa juega una partida de ajedrez en soledad. En el otro extremo, una mujer teje. Con esa imagen, abre la puesta de El hijo, pieza de Jon Fosse que con dirección de Martín Tufró se está representando en el Camarín de las musas.

Si las imágenes iniciales suelen ser condensadoras de sentido, esta primera pintura de El hijo acaso sea reveladora del silencio y la soledad que inundan toda la pieza.

Ambos personajes, junto con un vecino, son los únicos habitantes de un pueblo impreciso y esperan a un hijo cuya ausencia y cuyo derrotero en esos seis meses que lleva ausente, también son imprecisos.

Esa oscuridad semántica del texto (¿dónde transcurre todo? ¿en que tiempo?, es más ¿qué es lo que está verdaderamente sucediendo?) es respetada y reforzada por una puesta en escena que a partir del despojo se vuelve, paradójicamente, contundente. Solo una mesa bien larga que mantiene distantes al padre y a la madre y una ventana por la cual se puede ver nada más que oscuridad. Solo eso: una geometría de líneas rectas que refuerzan el vacío y el frío de esos personajes oscuros y encerrados.

También las actuaciones, alejadas de cuajo del decir realista (sobre todo en el decir obsesivo del padre y monótono de la madre) alimentan una puesta ambigua en la que no se sabe muy bien lo que pasa, en donde el silencio se vuelve protagonista y en donde cada repetición se torna más dramática por el solo hecho de repetirse y nunca prosperar.

Dramaturgo noruego de estos tiempos, Fosse trabaja con un estilo repetitivo y bucea en las relaciones humanas a partir de una poética que cabalga entre el realismo y el absurdo. El hijo no parece escaparse de esa lógica en tanto que todo lo que en la pieza existe puede remitirse al mundo de referencia ordinario aunque esa remisión, no puede sino presentar fisuras a partir de los silencios, de lo no dicho, del extrañamiento y de la ambigüedad.
Con buenas actuaciones (Julio Molina, Susana Pampín, Pablo rinaldi, Leandro Resenbaum) y un muy buen trabajo escenográfico (Oria Puppo), sonoro (Javier Mariano) y de luces (Jorge Pastorino) , El hijo recrea de manera más que acertada el universo posmoderno de Fosee, aquel en el que la comunicación y el encuentro parecen ser indefectiblemente, experiencias fallidas.