Una familia llena de espectros

Por Silvia Sánchez

Omisión

Tres personajes se desplazan por un espacio que solo ante unos ojos ingenuos puede hallarse vacío. Porque el espacio de Omisión - la obra que se acaba de estrenar en el pequeño teatro ”La Tertulia” - es un espacio que como su propio nombre lo indica, omite. Algo muy diferente a olvidar.
Perspectiva que plantea – desde la puesta en escena y desde el texto dramático - al olvido como una tarea imposible, y que guarda para los pequeños mortales la módica hazaña de omitir como manera de supervivencia y de memoria.

Omisión habla del regreso obstinado de aquello que se pretende conjurar una y otra vez pero sin suerte porque siempre regresa.
De ahí en más, todas las lecturas pueden ser posibles pero siempre desde la premisa mencionada. Puede ser una familia que no tolera haber dejado morir a su propio hijo en boca de los perros (y por eso busca escapar todo el tiempo de los ladridos) o un país que necesita olvidar y sepultar un pasado lleno de muertos que todo el tiempo regresan como re-aparecidos, obligando a una forma reversa de la memoria.
El planteo de la obra es cíclico: algo se repite todo el tiempo, algo siempre vuelve y da comienzo a una nueva (¿nueva?) escena.

Uno podría decir –en clave filosófica- que Omisión habla de fantasmas, de espectros, de imágenes que retornan a practicar el asedio sobre los vivos, a interrogarlos.
Y en ese contexto, apenas dos sillas en un gran espacio que sin embrago, está sitiado. Y Mirla e Isabela sentadas en esas sillas y hablando al vacío a través de su programa de radio (un medio de comunicación en el que el oyente es una especie de fantasma porque no se puede ver) “Palabras exactas”. Un titulo con el que Hugo Men -autor de la obra - juega provocativamente porque si hay algo en lo que Men no cree, es en la exactitud de las palabras. En que nada esconden. Todo el tiempo las palabras omiten. Todo el tiempo eligen contar – entre tantas miles - una historia y no otra. Por eso Mirla, Isabela y Aldo hablan todo el tiempo. Porque hay algo de lo que no pueden hablar, aunque se definan como “comunicadores sociales”.
Con una duración de apenas algo más de treinta minutos, un texto dramático lúcido y premiado y buena dirección y actuaciones, la obra rueda y vuelve a empezar una y otra vez.
Y uno vuelve – como los tres personajes - a pasar por los mismos sitios, a decir las mismas cosas. Y a ser dicho por los otros. Por los fantasmas que nos miran. Los que no podemos ver. Los omitidos.