Una presa demasiado grande

Por Rómulo Berruti

El grupo "El ojo del caos" acaba de estrenar su espectáculo La voracidad, inspirado en La tempestad, esa impresionante cosmogonía de William Shakespeare que parece contenerlo todo.

El grupo El ojo del caos acaba de estrenar su espectáculo La voracidad, inspirado en La tempestad, esa impresionante cosmogonía de William Shakespeare que parece contenerlo todo: la violencia, el odio, la lujuria y el vértigo del poder, pero también la piedad, la belleza, el misterio primigenio y hasta el humor. Temida desde siempre, la obra conoció alguna versión estimable aunque siempre reducida a duraciones sensatas. También una película extraordinaria (y a veces atosigante) de Peter Grennaway hizo contacto con ese texto impar. Destilada en un ejercicio de cincuenta minutos, la esencia de La tempestad es nada más que un punto de partida. Y una excusa. No alcanza para remitir a Shakespeare, pero casi tampoco para imponer desde el escenario un anclaje con el compromiso legítimo del espectador. Algunas perplejidades provocadas por el original –en especial las que hacen a la confusión o superposición de identidades- están bien aprovechadas en el texto que quedó como esqueleto de la dramaturgia. Juan Palomino, responsable de la puesta, desenmascara a Próspero como símbolo del poder absoluto y lo hace con un juego coral en ocasiones capaz de generar y provocar una vibración, otras no. Hay una idea tal vez robusta que dio orígen a esta propuesta y una prolija revisión del texto. Pero la plasmación en una dramaturgia fértil se mostró dificultosa. Quedan la muy buena música de Silvina Gandini –de fuerte protagonismo- y algunos trabajos valiosos: momentos de Héctor Leza como Próspero, cierta intensidad en Gerardo Coloniello y Roberto Echaide, vigor en la Miranda de Mónico Fuino. La sensación predominante al abandonar el espacio del Teatro del Abasto –bien aprovechado con una platea de cuatro frentes- es que La tempestad shakespereana fue una presa tentadora, pero demasiado grande.-