Una temporada en Alaska

Por Laura Papa

Una obra que habla sobre el cuerpo como contenedor de espacios.

“Una obra que habla sobre el cuerpo como contenedor de espacios, un supuesto espacio interior, un último cuarto donde se guarda todo lo que no se dijo en relación a una experiencia personal. Cuatro personajes buscarán desesperadamente acercarse a ese espacio interior, a través de un lenguaje físico extremo, apelando a la memoria de lo vivido, para encontrar la experiencia física de lo que no ha sido develado.”
Un paisaje escénico frío, desnudo. “Estoy desesperado” dice un cartel que cuelga del cuello de uno de los intérpretes al comienzo de Alaska. El sujeto en primera persona predica algo acerca de sí mismo pero... ¿acaso las palabras de ese cartel nos hablan sobre el sujeto allí sentado solo por el hecho de ofrecerse como una etiqueta encima del cuerpo?

Ese discurso que aparece impreso sobre la materialidad de la presencia queda en suspenso. Nadie actúa en función de lo escrito pero tampoco nadie lo desmiente. Nadie trata de sostener las palabras desde una gestualidad mimética que pretenda duplicar ese mensaje o acaso traducirlo. Se trata de dos órdenes separados que quizás puedan tocarse en algunos puntos en el transcurso de la obra, pero que son irreductibles entre sí.

En Alaska se configura un universo poético que en su proliferación de sentidos desafía el orden de una traducción lingüística. Este trabajo coreográfico -creado por Lucas Condró, Noelia Leonzio, Alejandra Ferreyra Ortiz, Pablo Lugones (sus intérpretes) y Diana Szeinblum (su directora)- logra hacer equilibrio sobre el helado filo del cuchillo para eludir sin ansiedades la tentación de encauzar el margen de indeterminación que sostiene en su transcurrir. Esta riqueza de sentido contrasta con lo despojado de la escena y, de este modo, la frialdad que la misma trasunta es solamente una punta de iceberg.

La utilización que los intérpretes realizan por momentos de secuencias de movimientos fuertemente asociadas a códigos técnicos preestablecidos o la recurrencia a algunos lugares comunes de la representación contemporánea constituyen los puntos más débiles de una propuesta que -independientemente de la mención de estos aspectos- consigue capturar en el decir de los cuerpos lo que no dicen las palabras -o, incluso, lo que en su momento no han dicho los mismos cuerpos- y plantea, a partir del movimiento, un desafío constante a los esquemas de la lógica causal.

La música, creada por Ulises Conti e interpretada en vivo por éste y Mariano Malamud, contribuye adecuadamente a generar diferentes momentos y climas. Pero además, la inclusión real de la presencia de los músicos en el universo que la obra propone resulta una elección muy acertada.