Vidas de papel

Por Silvia Sánchez

Se estrenó el décimo Biodrama de la mano de la talentosa Mariana Chaud y su Budín inglés: una puesta sobre la vida de cuatro lectores porteños.

Mariana Chaud nació en 1977, cuando los libros -cédulas de identidad- se evaporaban junto con las personas. Seguramente Mariana -actriz, dramaturga, lectora y talentosa hasta el colmo- tuvo un pensamiento mucho menos atormentado cuado Vivi Tellas la convocó y le dio la camiseta número diez para jugar en el teatro Sarmiento.

Mariana quería hacer un rescate de los libros pero su rescate seguía una lógica que aunque también emocional, era risueña en lugar de dolorosa. El rescate de las lecturas y de los libros tenía que ver con apariciones, con mundos hermosos y fantásticos que eran tangibles en la medida en que las páginas eran recorridas, con una memoria del lado de la felicidad y del placer, con una memoria fragmentada y por momentos errática pero por el natural paso del tiempo y no por el innatural paso de la violencia.

Grabador en mano, Mariana se juntó con cuatro lectores y luego desanduvo esas cintas de casettes con una paciencia y una pasión de hormigas. Ellos les relataban anécdotas, les recitaban fragmentos y Mariana iba gestando a los cuatro personajes de su Budín inglés: Mara y Mariano -que se están separando y que deciden pasar la última noche juntos antes de vender el departamento en el que han vivido-, y sus respectivas madres, las cuales llegan al departamento para recibir al comprador sin saber que -pared mediante- los cuerpos de sus hijos desmienten las decisiones de disolución.

Budín inglés, décimo Biodrama, nació distinta a otras obras del mismo ciclo: si en los otros biodramas se llevaba a escena la vida de personas vivas y “verdaderas” (Javier Daulte ficcionalizó la vida de su abuela, Cosarinsky la del propio actor Rafael Ferro) aquí la cosa es un tanto distinta: esa pareja y esas madres no “existen de verdad’ sino que fueron construidos por la pluma de Mariana en la medida que escuchaba las grabaciones de los cuatro lectores elegidos.

Ella lo aclara con énfasis en el programa de mano: “quiero agradecerles a los entrevistados el enorme esfuerzo que han hecho en pensar sus vidas como lectores, recordar, reflexionar y participarnos a nosotros de sus mundos, pero también aclarar que los textos producidos por ellos en las entrevistas, han sido utilizados para crear una ficción y para eso fueron sacados deliberadamente de contexto. Además los vínculos que aparecen en la obra son ficcionales, la situación es ficcional y los personajes que llevan sus nombres son una creación de los actores y no intentan parecerse a las personas mismas”.

En tal sentido, podría decirse que Chaud viola la regla básica del Biodrama ya que sus personajes son de ficción, como ella misma aclara. Pero el mundo Biodrama nos mete en problemas todo el tiempo: porque Mara, Mariana y las mamás Adela y Marilís surgieron a partir de relatos “verdaderos”. ¿Cuál es el estatuto entonces de estos cuatro personajes?. ¿Será la Mara del grabador, una chica a punto de separarse con un rostro desgarrado a fuerza de haber devorado literatura rusa?. ¿Sebastián-entrevistado también le pondrá voces a los personajes de los libros? ¿Será así de alto?. ¿El será moreno y ella usará anteojos?. ¿Se conocerán entre ambos?. ¿Marilís será tan imprecisa con las citas? ¿Y Adela? ¿Será tan divertida a pesar de haber amado tanto a los griegos y ser feliz en ese mundo?. La directora nos dice que no. Pero lo que sí es seguro es que aunque los rostros y las situaciones no existan como tal en eso que llamamos realidad, en eso que llamamos realidad alguien contó ser feliz entre los griegos, alguien contó de su pasión por la literatura rusa, alguien contó que el comic europeo era maravilloso y que solo llega a la mitad de los libros, alguien contó que le pone voces a los personajes de los libros, alguien contó que lo que tiene dibujos no es literatura.

Y alguien anotó esos cuentos -esas vidas- y las puso en un papel para armar otro cuento. Alguien anotó y usó lo anotado -lo real- para crear una ficción de sentido incierto. Tan incierta como lo que llamamos realidad.

Entonces el Biodrama -que siempre sorprende por su metamorfosis y su diversidad- no es violado sino enriquecido. Jugando siempre por esos trapecios tan resbaladizos entre la ficción y la no ficción, el Biodrama se multiplica, se enriquece y se desdobla también él.

Y en tal sentido, un lío más armado por Chaud: un quinto personaje “absolutamente ficcional”: Sebastián, el personaje medio bobo que viene a comprar el departamento, el que no tuvo grabador sino la imaginación de la dramaturga como útero. El nacido en contraposición a los otros, a los que leen, a los desgrabados.

La contraposición es múltiple en la puesta: se contraponen lecturas (que hacen convivir a Proust con Aterís), personajes (lectores versus no lectores, madres versus hijos), emociones (una pareja separándose mientras hace el amor) y espacios (un comedor para las madres que comen budín inglés y un cuarto para la pareja que se besa al amparo de un rojo poster de Blow up).

Con excelentes actuaciones, Budín inglés es lo menos solemne que hay: son libros amontonados en el alma, dichos de corrido, dichos mal, tirados por la ventana, rescatados, libros de la infancia, libros de esos que no se quieren terminar y hacen que uno aminore la lectura por terror al vacío. Libros que para la autora definen una manera de leer el mundo: una manera de amar, de reír, de sufrir, de tener celos.

Y como no se trata de un rescate solemne sino todo lo contrario, la risa está a sus anchas y las declaraciones serias son puestas en jaque: la pareja no se separa, el comprador se queda sin departamento pero comienza a leer, los espacios -que parecían tan separados- se funden en uno solo al final de la obra: la cama en donde todos terminan leyendo libros en voz alta. La cama: el espacio de la intimidad y del sueño. Como el de los libros.