Viejos tiempos

Por Damián Faccini

“Mejor que estos nuevos tiempos”

Es difícil abordar el desafío de escribir una columna (no me atrevo a considerarme crítico) respecto a uno de los máximos exponentes del teatro del absurdo: Harold Pinter.

Un autor de apariencia simple en los comienzos de cada pieza pero que poco a poco comienza a volverse harto complejo, hasta sumirnos en la confusión absoluta respecto de quien es quién, que ha hecho cada cual, que de aquello que nos ha contado es cierto y que no.

En estos tiempos donde casi todo lo que consumimos se encuentra completamente “masticado” y nos hemos transformado en homo-videns víctimas, cuesta descifrar el universo críptico de este dramaturgo, quien hoy compartiría junto a otro genio (Roger Waters) su lucha por exponer las miserias de una sociedad como la Inglesa. Moliere también lo ha hecho respecto a otros lares, pero este último me hace reír y me animaría a decir que casi casi lo entiendo. Harold Pinter y Samuel Becket me vuelven “loco” (en todo sentido).

Si decodificar la pieza es todo un reto que decir entonces acerca de encarar la complicada labor de llevar a escena como actor a personajes cuya flema inglesa no les permite “explotar”, “sacarse” y “salirse de la vaina por completo”. Acostumbrados al teatro de este lado del charco, nos vemos sometidos a un ejercicio constante, pretendiendo llenar los silencios ya poblados de palabras y hallar significado donde el mismo brilla con luz propia. Los personajes participan de diálogos cuyas líneas parecieran provenir de una noticia de televisión o diario que ellos mismos se encuentran espectando, de manera pasiva, sin reaccionar de manera visceral como entendemos que debiera suceder. El infierno va por dentro y entonces la labor es aún más complicada porque esto se debe expresar con tonos, matices y movimientos sutiles, casi imperceptibles, que no obstante ello, son contenedores de marejadas de acción.

Traducir, dirigir y hacer la puesta en escena de una obra que aparenta realista y en la cual conviven presente y pasado de manera constante tampoco es una tarea fácil. El sello y firma de su director, Agustín Alezzo, se hace presente de manera respetuosa y para nada invasiva para con la genialidad del autor.

Haga la prueba. Su intelecto se lo agradecerá.