Volver a Chejov

Por Silvia Sánchez

“Argumento para una novela corta” basada en “La Gaviota” de Antón Chejov y dirigida por Enrique Dacal.

“Argumento para una novela corta” basada en “La Gaviota” de Antón Chejov y dirigida por Enrique Dacal, nos instala con precisión, en el “sofocante” universo chejoviano.

El 21 de abril de 1895, Antón Chejov comenzaba a escribir una obra a la que llamaría La gaviota. Un año más tarde, la pieza era estrenada en medio de un estruendoso fracaso. Chejov promete entonces, que nunca más escribirá teatro. Apenas dos años después, Constantin Stanislaski funda el emblemático Teatro de Arte de Moscú y sueña con que La gaviota sea su pieza inaugural. Claro, para que eso sucediera, había que convencer al autor. Y para Chejov no había caso: La gaviota era su hija boba, su hija burlada. El 17 de diciembre de 1898, Stanislaski es consagrado no solo como un gran maestro y director de actores, sino también como un gran persuasor: La gaviota es estrenada en el Teatro de Arte de Moscú con un enorme éxito y desde ese mismo día, será una gaviota en vuelo, el emblema de dicho teatro.

Argumento para una novela corta -basada en La gaviota y con dramaturgia de Enrique Papatino y dirección de Enrique Dacal- es una buena manera de entrar al mundo chejoviano: mundo en el que la insatisfacción, el aburrimiento, el amor no correspondido y la soledad -entre otros tópicos no menos trascendentales- están a la orden del día.

Para los que crean que la obra chejoviana, por tratar tópicos universales a partir de problemáticas cotidianas, lejos está de ser profundamente política, se equivocan: sus piezas representan no solo el espíritu de la Rusia del siglo XIX, sino también un empeño por recordarle a los hombres las verdades fundamentales. Cuando en 1890 -a pesar de su ya avanzada tuberculosis- realiza un viaje por Siberia, y a la vuelta del mismo - tras haber visto a todos los presos- declara “he visto todo”, Chejov comienza a militar en una línea que no abandonará: la de las obras talladas a partir de detalles y cosas no dichas, pero delatoras de universalidades. Sobre todo la que a él mas le importa: la de recordarle al hombre que el único sentido de la existencia, reside en vivir una vida de abnegación hacia su prójimo.

El título de la obra que se está presentando en el IFT -contemplado en la propia obra chejoviana- es para Dacal, un muestrario de personajes insatisfechos, añorantes del pasado, extrañados de su presente, sin posibilidades de imaginar un futuro, obsesionados por el glamour y el protagonismo, instalados en la impasibilidad, ganados por la indolencia. En ese universo, acaso Nina pueda ser distinta. Pero no: Nina termina siendo una de ellos, como la gaviota que el escritor Trigorin inventa y que es brutalmente asesinada. Nina que quiere “volar” y sueña con grandes ideales, pero que es devorada por las propias fatalidades a las cuales ella misma ha alimentado. Nina en ese ámbito -muy bien logrado por la puesta- de “brillos apagados”, artificial y despreciable del vuelo ajeno. Olvidada y olvidadiza -como los otros- de y por sus prójimos.

Con buenas y parejas actuaciones, Argumento para una novela corta adhiere al pensamiento chejoviano para el cual “todo lo horroroso de la vida se desarrolla entre bastidores”. Por el proscenio solo pueden desfilar vanidades, sueños sin demasiado sustento, amores ahogados que intentan sonreír, puras imágenes. Imágenes de los cuales los personajes se enamoran, enamoramiento duplicado por la puesta, a través del recurso de la memoria que todo lo mejora y lo embellece. Pero la memoria no puede en su afán suavizador: el tiro que mata a Kostantin en la última escena, que no vemos pero oímos, es demasiado violento, y aunque los bastidores nos cobijen, nos sentimos desolados.

Siempre es maravilloso y novedoso volver a Chejov, sobre todo cuando se lo trata bien. Siempre es bueno no perder de vista la pregunta acerca de si ya lo hemos visto todo. Si aún queda algo más.