Cenizas en las manos

En un país desvastado por la guerra, no importa dónde o cuándo, guerra larga y cruel, injusta e inexplicable, dos hombres, olvidados de todos están unidos en un triste destino: quemar los cuerpos de las víctimas.

Un día, una sobreviviente del último cargamento, se levanta de entre los muertos. Sin saber de dónde viene, los enterradores la alimentan, la cuidan y tratan de dialogar con ella sin acercarse demasiado. No es más que una sombra de lo que era. Esta mujer de la que nunca sabremos el nombre, se pone a trabajar para ellos; los ayuda sin jamás dirigirles la palabra. Ella habla solamente con los muertos les toca la cara, les acomoda el cuerpo, les cierra los ojos, pensando que así podrá luego transmitir la identidad de cada uno de los suyos a la posteridad.

Los dos hombres, completamente debilitados y enfermos, pelean desde el principio al fin de la obra porque se les cambien las condiciones de trabajo: cambiar la hoguera por la cal. En el momento de su muerte,-los enterradores mueren intoxicados por las cenizas- no obtienen de ella una palabra, ni un gesto de consuelo.